martes, 30 de diciembre de 2008

"Made in Italy"

La edición en línea del diario El país publica el día de hoy el siguiente texto, mismo que no podia faltar en este espacio.

Memorias del 'Made in Italy'
Una exposición recorre un siglo de arte y diseño de la mano de 50 marcas míticas
MIGUEL MORA - Roma - 27/12/2008

La historia de las grandes marcas italianas entra por los ojos; se renueva sin cesar, se reinventa con un gesto. Vean si no el feliz y brusco nacimiento de la empresa de sombreros Borsalino: un hombre pegó a otro un estacazo en la cabeza, y el hueco quedó tan bien que marcó tendencia.

Todo empezó a mediados del XIX. Los príncipes andaban moribundos o en fuga; los Papas habían colmado su capacidad de acaparar la desmesura, los nobles se entregaban al moderno mal del despilfarro y el mecenazgo en Italia ya no era lo que había sido.
Entonces llegó, manu militari, la unificación (1861), y con ella la burocracia y el fascismo, Cinecittà y los 50 distritos industriales, los barrios burgueses y la publicidad, el cinquecento y el poderoso influjo del amigo americano. Los empresarios no perdieron el tiempo. Mientras unos exportaban la mafia, otros, más pacíficos pero no menos ambiciosos, tiraron de tradición y furbizia (agudeza), y aplicaron su genética para la invención y la creatividad a la venta (sin palabras o con muchas palabras) y el envoltorio fino. Sociedades como Perugina, Lavazza, Peroni, Barilla, Alfa Romeo y tantas otras comenzaron a elevarse sobre el resto recurriendo a los artistas para pensar, elaborar y vender sus productos. Se convirtieron en los nuevos mecenas: encargaron carteles y dibujos, objetos y prototipos, logos y anuncios. Crearon envases nunca vistos, macarrones de formas novedosas, diseñaron bicicletas con motor, zapatos y vestidos que parecían, y a veces eran, obras de arte.
Una vez renovada la receta romana (lujo + inteligencia = buena vida), nació la marca de país más rentable jamás creada. Se llamaba Made in Italy.
Éste es, a grandes rasgos, el fascinante relato cultural, social y económico que narra la exposición Logos de Italia, recién abierta en el museo nacional Castel Sant'Angelo de Roma y que puede visitarse hasta el 25 de enero.

Subtitulada Historias del arte 'di eccellere' (de brillar, y también de ser excelentes), la muestra arranca con las dos empresas pioneras -ambas se daban a la bebida, la licorera calabresa Amarelli (1731) y la cervecera Peroni, fundada en 1846-; pasa por la industria alimentaria de principios del siglo XX (chocolate Perugina, ollas Lagostina, pastas Barilla...), se detiene a mitad de siglo en los muebles de Zanotta o las lámparas de Guzzini, abraza la dolce vita de los modistos, las terrazas Martini y las divas calzadas con joyas, y acaba en las futuristas construcciones del pujante presente exportador.
Son más de 50 empresas, presentes con 250 piezas y objetos que han recorrido el mundo. Ahí están los revolucionarios biberones y chupetes de Chicco, el logo y la madera de Alfa Romeo, el caballito rampante de Ferrari, las botellas retornables de Peroni, los zapatos-escultura de Prada, los sillones y sofás de Giovanetti donde tanto descansó Fellini, los cubos de basura alto diseño de Kartell o la futurista arquitectura de Fuksas para albergar sedes de automóviles o bodegas.
La lección del fiel vendedor acaba en los lugares de las empresas con arte: los territorios que han alimentado la creatividad y que serán la excelencia del futuro. Elegancia, estética y buena vida siguen siendo sinónimos de Italia. Viendo esta exposición, sólo queda asumirlo: unos lloran la crisis, los italianos la cabalgan con estilo y un punto de nostalgia.


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