Ayer por la noche tuve la oportunidad de intercambiar algunos puntos de vista sobre mi país con un joven que al parecer mantiene condiciones de vida similares, o por lo menos no tan alejadas a las que mantengo. Lo anterior no tendría mayor relevancia salvo por lo sorprendente que me resulto conocer la perspectiva tan contrastante y convencida de un ser humano que indudablemente, y al igual que yo, está siendo condicionado por su contexto inmediato. Y es entonces cuando me pasmo ante la inmensa carga que representa nuestro entorno; nuestros amigos, nuestros profesores, nuestras lecturas, nuestra música, nuestra televisión o ausencia de ella, nuestras parejas, nuestros viajes, nuestras muy particulares circunstancias de vida...
Es en ese sentido que mi entorno me condiciona a denunciar la terrible impunidad que existe en mi país, a denunciar la degeneración e inoperancia de las instituciones que mantienen el funcionamiento del Estado, a expresar la desesperanza que me sugiere la clase política, a transmitirles el encabronamiento que representa la impotencia de no tener la capacidad para transformar a México. Que mi entorno me sugiera lo anterior, no me sitúa de ninguna manera en una posición cómoda, me sitúa en una posición alterna, donde debo ser capaz de crear e imaginar para saber si mi vida es, para mi, la vida que vale la pena vivir.
Es en ese sentido que mi entorno me condiciona a denunciar la terrible impunidad que existe en mi país, a denunciar la degeneración e inoperancia de las instituciones que mantienen el funcionamiento del Estado, a expresar la desesperanza que me sugiere la clase política, a transmitirles el encabronamiento que representa la impotencia de no tener la capacidad para transformar a México. Que mi entorno me sugiera lo anterior, no me sitúa de ninguna manera en una posición cómoda, me sitúa en una posición alterna, donde debo ser capaz de crear e imaginar para saber si mi vida es, para mi, la vida que vale la pena vivir.
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